Miami es una ciudad de luces brillantes, paredes pintadas y “escenas emergentes” que surgen… y desaparecen igual de rápido. Aquí los artistas hacen de todo: pintan, filman, bailan, educan, organizan, montan exposiciones en espacios prestados y performances en esquinas gentrificadas. El problema no es la falta de acción cultural, sino lo que pasa después: nada queda registrado, nadie lo analiza y todos seguimos como si el olvido fuera parte del show.
En una ciudad que presume ser “hub” artístico, sorprende (¿o no tanto?) la ausencia casi total de crítica, archivo y memoria cultural. El sistema digestivo de Miami traga proyectos culturales a toda velocidad y luego eructa una nueva feria, un festival más, otro mural para Instagram, y así, semana tras semana, creadores y colectivos trabajan sin red de legitimación ni herramientas que les permitan entrar a la historia —ni siquiera a la historia de su propia calle.
La crítica ausente: cuando nadie dice nada, todo parece genial.
Empecemos por lo incómodo: en Miami no hay una tradición sólida de crítica cultural. Hay cobertura de eventos, sí; hay reseñas complacientes y notas de prensa disfrazadas de artículos, pero una crítica real —la que analiza, contextualiza, cuestiona y provoca debate— brilla por su ausencia.
¿Por qué? Porque decir que algo no funciona en Miami es visto como traición, no como contribución. Porque muchos medios dependen de patrocinios institucionales o municipales que prefieren elogios, no preguntas, y porque la precariedad hace que muchos artistas, curadores y gestores estén demasiado ocupados sobreviviendo como para sentarse a escribir una crítica con sustancia.
Resultado: todo se celebra, nada se interroga, y el arte queda flotando en una nebulosa de likes y menciones sin profundidad.
Sin archivo, sin historia, sin derecho a la memoria.
La mayoría de las iniciativas culturales en Miami son efímeras: exposiciones sin catálogo, obras escénicas sin registro audiovisual, performances que solo existen en las stories de los asistentes (si acaso).
¿Dónde está el archivo? ¿Dónde están las bases de datos, las crónicas, los catálogos razonados, los textos que documenten lo que pasa más allá del flyer?
Esto no es solo un problema estético, es una cuestión política.
Un archivo es una herramienta de poder. Lo que no se archiva, desaparece. Lo que no tiene registro, no puede ser citado, defendido ni estudiado en el futuro. Sin memoria no hay legado, y sin legado no hay historia, solo anécdotas y rumores.
Los que legitiman: críticos, curadores, historiadores… ¿dónde están?
Ciudades con escenas culturales sólidas tienen también ecosistemas que piensan la cultura, no solo la producen. Es decir: críticos que escriben, curadores que contextualizan, historiadores del arte que trazan líneas de continuidad, periodistas culturales que investigan. Son los que elevan el trabajo de un artista del plano de “evento” al plano de “proceso histórico”.
En Miami, este ecosistema está raquítico. Muchas veces, los artistas tienen que ser su propio documentalista, curador, community manager y archivero, todo al mismo tiempo. Esto no solo agota, también precariza la posibilidad de construir una identidad cultural colectiva.
La memoria no es una moda, es un derecho.
Mientras tanto, los barrios cambian de nombre, los espacios desaparecen, las voces migran o se silencian. Y nadie parece estar documentando esa pérdida. ¿Quién hablará de la escena alternativa de Allapattah en 2025 si no queda ningún rastro? ¿Dónde queda el archivo de los talleres afrocaribeños en Opa-locka, o del teatro queer que se montaba en pequeños cafés de Coral Way?
La cultura no es solo lo que se produce, es también lo que se recuerda, se analiza y se transmite. Y si no construimos redes de archivo y crítica ahora, nos enfrentaremos a una versión oficial de la historia contada solo por los que tienen presupuesto para imprimir catálogos con logos.
¿Y qué se puede hacer? La pregunta del millón de dólares.
La respuesta no es mágica, pero sí urgente. Hay que empezar por reconocer que el archivo y la crítica son parte del arte, no extras opcionales. A partir de ahí, urge:
- Fomentar medios culturales independientes que se dediquen a pensar y escribir la escena desde adentro.
- Apoyar proyectos de archivo comunitario, donde los mismos artistas documenten y preserven sus procesos con acompañamiento técnico.
- Formar nuevas generaciones de críticos y cronistas, con talleres, residencias, colaboraciones entre universidades y colectivos.
- Exigir a las instituciones públicas que destinen fondos específicos para crítica, documentación y memoria.
- Crear redes entre creadores, curadores, investigadores y comunicadores, para que el arte no se quede solo en la pared, sino que entre también en el pensamiento.
Pero no todo está perdido…
Aunque la escena aún carece de una infraestructura crítica y archivística robusta, algunas organizaciones están haciendo el trabajo que el sistema olvida.
Artburst Miami, una revista digital financiada por the Arts & Business Council of Miami con el apoyo del Miami-Dade County Department of Cultural Affairs, el Cultural Affairs Council, Miami-Dade County Mayor y el Board of County Commissioners, se ha dedicado a cubrir de forma seria e informada la actividad cultural local.
Edge Zones, por su parte, continúa promoviendo arte contemporáneo con apoyo de donantes individuales e instituciones académicas.
Y Diaspora Vibe Cultural Arts Incubator (DVCAI), con una misión clara de promover y cultivar el talento de artistas emergentes de la diáspora caribeña y latina, realiza exposiciones, residencias, intercambios culturales y acciones educativas que celebran la riqueza social y cultural de Miami-Dade.
Estas entidades no solo promueven el talento local, lo documentan y lo legitiman. Son una muestra de lo que sí se puede hacer cuando hay visión, compromiso y respeto por el arte más allá del espectáculo.
Y tú, lector/a…
Si un artista expone su obra, monta una pieza o escribe una canción, y nadie la documenta ni la analiza…
¿realmente ocurrió?
¿O estamos condenados a ser una ciudad con mucha “escena” pero sin historia?
POR | SNARKY SUE
COVER | AI