Hay paredes que se levantan para dividir y otras que se pintan para unir. En ciudades donde el cemento parece ganar la batalla contra la memoria, el muralismo emerge como un acto de resistencia y una declaración estética. En esta edición de Virtuoso Talks, conversamos con Samara Ash, artista muralista colombiana radicada en Miami, cuya obra ha transformado fachadas en manifiestos y rincones urbanos en archivos vivos de comunidad, ecología e identidad.
Samara no pinta para decorar, pinta para narrar. Cada trazo suyo revela una pulsión profunda por entender los territorios desde sus historias ocultas, sus heridas abiertas y sus sueños compartidos. Sus murales, muchas veces de escala monumental, combinan investigación histórica, técnica pictórica, mística simbólica y una aguda conciencia social.
En este intercambio íntimo, nos abre las puertas a su proceso creativo, sus batallas físicas y emocionales al trabajar en el espacio público, y su visión sobre el papel del arte en una ciudad como Miami, donde el color, la migración y la memoria se mezclan como pigmentos sobre el mismo muro.

¿Qué fue lo que te atrajo inicialmente al arte mural como medio de expresión?
Cuando era pequeña, hice algunos murales porque me dieron la oportunidad, pero no entendía la esencia de este medio. Después de la pandemia COVID-19, muchos restaurantes comenzaron a surgir en Miami —la ciudad no cerró del todo— y, con todas mis fuentes de ingreso estancadas, se abrió la posibilidad de ofrecer mis servicios de muralista a la dueña de uno de ellos. Sin darme cuenta, encontré la receta perfecta: locales vacíos donde podía trabajar y pintar todo el día, mientras me sostenía económicamente. Ahora, decenas de proyectos después, descubrí que una gran superficie a escala envolvente transforma la percepción del espacio cotidiano y le da una nueva energía. Veo en los muros una poderosa plataforma para dialogar con el entorno urbano e inspirar a la audiencia.

¿En qué se diferencia tu proceso creativo cuando trabajas en murales de gran escala frente a obras más pequeñas?
Son las obras pequeñas, el proceso es íntimo, meticuloso y lleno de detalles. En cambio, con murales a gran escala me permito mayor soltura: uso todo mi cuerpo para crear pinceladas amplias que generan movimiento y cubren grandes áreas. Empleo máquinas de pintura —como las usadas en fachadas comerciales— como si fueran extensiones de mis pinceles, lo que me permite crear texturas únicas. Analizo primero la arquitectura del sitio y cómo incide la luz; luego realizo bocetos a escala real y diagramas de color para lograr un impacto visual desde lejos. Finalmente, planifico la logística completa: desde andamios y tiempos de secado, hasta la interacción entre luz natural y artificial.

¿Qué desafíos enfrentas al transformar una pared pública?
El primer reto es adaptarse al clima —humedad, calor, lluvia— y preparar bien la superficie para evitar desprendimientos. Pero el mayor desafío es alcanzar un estado de concentración profunda en medio de tantas distracciones: ruido, cambios de luz, transeúntes que interactúan y la necesidad constante de vigilar el equipo. Pintar un mural es física y mentalmente demandante: paso largas horas de pie, en posiciones incómodas, y al final del día hay que recoger todo para evitar accidentes. Aun así, todo ese esfuerzo se convierte en un acto de servicio… y de mucho, mucho amor.
¿Cómo decides qué temas explorar en tus murales?
Investigo el contexto local y escucho a la comunidad: sus historias, necesidades, aspiraciones. Me interesa qué sucedió en ese espacio décadas atrás, quién lo fundó, por qué la gente eligió vivir allí. A partir de eso, elijo temas que provoquen reflexión colectiva: identidad, conservación ambiental, equidad social. Busco siempre un equilibrio entre la estética y el mensaje, con la intención de inspirar, y a veces incluir matices más críticos que solo los más atentos o conocedores de la historia puedan notar.
¿De qué manera influye el panorama cultural de Miami en tus elecciones artísticas?
Miami es un crisol de culturas. Su energía latinoamericana y caribeña me impulsa a usar paletas luminosas y patrones orgánicos inspirados en la flora local. El constante diálogo entre el arte callejero y las galerías me ha motivado a experimentar con técnicas mixtas y colaborar con artistas de otras disciplinas.
¿Has enfrentado rechazo o controversia por alguno de tus murales? ¿Cómo lo manejaste?
Sí, ha habido opiniones encontradas sobre el contenido de algunos murales. En esos casos, mantengo una comunicación abierta: organizo charlas, talleres y escucho la retroalimentación. Para mí, el arte público es un espacio vivo que se enriquece con el debate.
¿Qué dilemas enfrentan los artistas entre aceptar trabajos comerciales o mantenerse fieles a sus raíces?
Existe una tensión constante entre generar ingresos y mantener la integridad artística. Yo trato de aceptar proyectos comerciales que me permitan cierta autonomía creativa o bien negociar espacios de libertad dentro del encargo. También imparto clases de arte —pintura, escultura, diseño de moda y fotografía— tanto privadas como grupales. Esto no solo alivia la presión económica, sino que me conecta con la comunidad y me ofrece otra perspectiva.
¿Qué artistas o murales te inspiraron al inicio de tu carrera?
Me encanta la estética de Caravaggio y su uso dramático del claroscuro. Admiro la fuerza creativa de Alexander McQueen y la elegancia geométrica del art déco. Todo eso ha influido, de una forma u otra, en mi lenguaje visual.
¿Qué papel juegan la narrativa y el simbolismo en tu obra?
Son el corazón de mi práctica. Cada imagen, color o patrón simboliza una idea: los círculos representan ciclos de tiempo, las nubes simbolizan potencial ilimitado, los animales encarnan características humanas. A través de esa narrativa visual, invito al espectador a descubrir significados múltiples y perderse —aunque sea por un instante— en el mural.
Un ejemplo es “Legacy”, un mural en Memphis, TN. Celebra la resiliencia de especies en peligro, como una joven puma y un colibrí rufo, envueltos en líneas que representan el equilibrio natural. Los tonos tierra se mezclan con matices vibrantes para tejer una historia visual que conecta memorias de pueblos indígenas desplazados, tradiciones africanas y comunidades migrantes actuales. Elementos como el cardenal rojo —símbolo de fuerza— y estructuras urbanas hablan de revitalización en tiempos de gentrificación.

¿Tu obra forma parte de algún movimiento o tradición cultural más amplia?
Sí, me identifico con una corriente contemporánea que fusiona muralismo clásico, arte urbano y tecnología. Uso técnicas tradicionales con una base sólida en historia del arte, pero también exploro lo espiritual y lo digital, como polos que conforman un mismo paisaje cultural.

¿Cómo involucras a la comunidad local en tus murales?
Primero realizo investigación: leo sobre la historia del lugar, sus símbolos, sus narrativas. Visito el vecindario, converso con la gente en tiendas, parques, restaurantes. También observo redes sociales comunitarias para entender su conciencia colectiva. Así, el mural no es solo mi creación, sino un espejo de quienes habitan ese espacio.
¿Has colaborado con otros artistas u organizaciones?
Sí, he trabajado con músicos, poetas, colectivos ecológicos. Uno de mis proyectos más especiales fue “Echoes of Resilience”, nominado como Mejor Mural del Mundo (abril) por Street Art Cities. Fue una colaboración con la Florida Wildlife Corridor Foundation y entidades de Lakeland, donde representé especies clave del ecosistema local. El mural, patrocinado por Disney, cubre 3,400 pies² y se convirtió en un punto de conexión entre arte, ciencia y comunidad.

¿Cuál es el proyecto mural de tus sueños?
Un mural interactivo con realidad aumentada, donde el público active animaciones o sonidos al acercarse. Me encantaría fusionar pintura, tecnología y participación directa para crear una experiencia inmersiva y poética.
¿Cómo ves el futuro del muralismo en Miami?
Veo una evolución constante. Los murales ya no son solo decorativos: responden a problemáticas reales como el cambio climático o la identidad migrante. Miami está convirtiéndose en un museo a cielo abierto, donde cada obra dialoga no solo con su entorno, sino con el mundo.
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POR | BERT OCHOA