Hay voces que no solo actúan, sino que despiertan. Cuerpos que no solo interpretan, sino que contienen memoria ancestral, energía sutil, y un compromiso silencioso con algo más grande que la escena misma. Patricio Riquelme es una de esas presencias.
Su historia comienza entre la tierra y los cerros de Putaendo, un lugar donde el arte no llegaba en libros ni museos, sino en forma de radioteatro, viento y juegos imaginarios. Desde ahí, una travesía artística lo llevó a formarse con maestros de varios continentes, expandiendo su visión del actor más allá del texto o la técnica: hacia el cuerpo energético, la conciencia y la sanación como pilares esenciales del oficio escénico.
Instalado en Altlanta, Gerogia, Patricio se ha dedicado a abrir espacios de formación y creación con una mirada clara: la del artista que no improvisa, que se forma, que se responsabiliza, que canaliza. Aquí no hay lugar para el ego, sino para la entrega.
En esta conversación con Virtuoso Talks, Riquelme nos invita a repensar la actuación como una práctica de conexión profunda con uno mismo y con el prójimo. A contemplar el escenario como un ritual, y a entender que el crecimiento artístico no puede separarse del crecimiento personal, porque, al final, actuar no es fingir, es recordar.
Patricio, cuéntanos un poco de tus raíces. Naciste en Chile, una tierra cargada de historia, poesía y teatro. ¿Cómo crees que ese contexto cultural marcó tus primeras inquietudes artísticas?
Nací en el entonces pueblo (hoy ciudad) Putaendo, rodeado de campo y tierra, con la Cordillera de los Andes como postal en el patio. En ese pueblo, en aquel instante, no había fácil acceso a la literatura ni a ninguna otra expresión artística. En mi mente ya existía la idea de que quería contar historias, como un niño jugando con títeres hechos de calcetines o grabando en casete historias con sonidos. Me inspiró un radioteatro que yo oía por las noches, en ese tiempo, por una emisora de AM de la ciudad.
Sabemos que tu formación artística ha sido diversa y profunda, cruzando distintas disciplinas. ¿Cómo fue tu proceso académico y de entrenamiento actoral? ¿Qué escuelas, maestros o experiencias te dejaron una huella imborrable?
Hablar de esto me emociona, porque como artista y profesional escénico, uno se debe a sus maestros y creadores. Tuve un entrenamiento profesional intenso, tanto teórico como práctico, y lleno de desafíos. Tuve la posibilidad de formarme con maestros de la actuación, la dramaturgia y el movimiento de Chile, así como de Argentina, Colombia, México, Italia y Estados Unidos. Nombrarlos uno por uno, me arriesgaría a omitir a alguno, y eso es imperdonable; les tengo mucho respeto y cariño.
Sí, hay algo en común en todos ellos que marcó mi camino profesional: la disciplina, la humildad ante todo, la integridad y el respeto, entre otras cualidades, que se transformaron en reglas tácitas que se volvieron inolvidables.
Miami es una ciudad vibrante, pero también desafiante para los artistas que llegan con una visión distinta. ¿Cómo ha sido tu experiencia como creador y formador en este entorno multicultural, y qué aprendizajes te ha dejado adaptarte a esta ciudad?
Sé que me preguntas esto porque sabes que siempre he tenido un sentido muy crítico sobre cómo se plantea la cultura en la ciudad de Miami. Creo que los artistas tenemos una responsabilidad crucial en la creación y el desarrollo de la identidad cultural de nuestros entornos. Es una labor moral, y debemos, como artistas, formarnos y estar preparados, y me refiero a lo artístico y académico! La “improvisación” en este momento crucial de la historia de una ciudad solo genera cosas solubles e insostenibles que no crearán memorias en la historia de Miami.
Según mi experiencia en esa ciudad, siento que necesita más impulsos y motivaciones de todo tipo; necesita artistas en comunión, hablando un mismo lenguaje más allá de las barreras mentales y políticas. Creadores enfocados en desarrollar, comunicar y lograr que el arte suceda, no en exponer sus egos… eso no ayuda.
Para mí, un aprendizaje interesante fue “desaprender todo”. Miami es diferente a todo lo que yo venía acostumbrado a ver y experimentar como creador en otras capitales. Las condiciones son muy hostiles para las artes (especialmente para las escénicas), y a pesar de ser una ciudad muy atractiva, da una sensación extraña cuando hablamos de “crear”.
Miami es una ciudad relativamente nueva que está forjando su propia historia, por lo que necesita que algo eche raíces sólidas y de calidad. Tuve que reacomodarme, reinventarme y agruparme con otros creadores de diferentes disciplinas para generar, a fuerza y a pulso, experiencias artísticas; un desafío que terminó siendo un aprendizaje único.
Hay que crear con amor y con impacto para ser un aporte a la historia y al desarrollo de la ciudad, ayudando a que se entienda que la cultura en una ciudad es más que Messi, carros de lujo, reguetón y palmeras.
En tus procesos creativos has integrado herramientas que van más allá de lo actoral convencional, como el trabajo energético, la respiración consciente y la conexión con el cuerpo sutil. ¿Cómo llegaste a estas prácticas y cómo fueron transformando tu mirada del actor y del arte escénico?
Desde mi temprana juventud, practicaba la meditación a mi manera. Con los años, mientras estudiaba actuación, fui comprendiendo la relación entre nuestro “ser humano” y las herramientas actorales. Encontré un punto donde ambas convergen: la energía. Esa energía generaba una respiración que, a su vez, producía emociones e imágenes, las cuales repercutían en el cuerpo y sus sistemas internos.
Casi al terminar mi carrera, y con más conocimientos en meditación y sus ramas, me lancé a experimentar e investigar en: cómo una persona podría aprender a usar estas herramientas escénicas para su propio beneficio. Yo buscaba que estos beneficios pudieran aportar, además de alivio físico y emocional, cambios y conocimiento a quienes las practicaran. La experiencia arrojaba resultados instantáneos e impresionantes en quienes la aprendían, y así fue como contacté con personas comunes y corrientes que no buscaban un propósito artístico, pero sí querían mejorar su calidad de vida y aceptaban hacerse cargo de sus vehículos sutiles, de su bienestar mental, emocional y físico.
¿Qué papel juega, desde tu experiencia, el crecimiento personal y la elevación de conciencia en el trabajo del actor? ¿Por qué es tan importante que el intérprete transite estos caminos internos?
Somos seres de energía, sea cual sea el nombre que se le quiera dar a esa fuerza.
Las artes, y me refiero a ellas en general porque de cierto modo todas producen ese estado tan preciado que tanto se busca (el famoso estado de conexión), son un conductor de primer nivel hacia estados elevados de consciencia. Y es ahí donde reside toda la información que necesitamos obtener para crear, esa que llamamos inspiración o musa. Siempre está presente cuando creamos, pero si lo hacemos conscientes también puede llegar a una altísima expresión frecuencial de alto impacto.
Un actor o creador que alimenta sus campos energéticos (cuerpos sutiles), los conoce, los explora y los desarrolla, posee un poderoso tesoro que, al plasmarlo en su obra, le otorgará un valor adicional y único.

Desde tu visión, ¿cómo dialogan el cuerpo, la energía y la emoción dentro del proceso creativo? ¿Qué ocurre cuando el actor se alinea con esas fuerzas?
La cualidad de las artes es que nos obligan a estar en presentes. Nadie puede danzar pensando en las cuentas que debe pagar y llorando por su expareja al mismo tiempo. Las artes nos ponen en un estado contemplativo en cualquiera de sus expresiones. Darse cuenta de este proceso, que muchas veces es involuntario, nos da el superpoder de ser actores e intérpretes que contamos historias honestas y con verdad, ser quien muestra al personaje sin prejuicios personales, y además nos permite poner al ego (por un momento) en pausa y al servicio de lo que ponemos en escena.

¿Qué métodos o rituales cotidianos recomiendas a los actores para mantener viva y despierta esa conexión energética y emocional, tanto en el escenario como en la vida diaria?
¡Darse cuenta! Yo le llamo: ¡darse cuenta! De pronto te estás sirviendo café, te detienes y te preguntas: “¿Cómo estoy respirando? ¿Cómo late mi corazón? ¿Están mis manos apretadas? ¿Qué siente mi estómago?”. Practicar la interocepción, ese simple ejercicio, nos hace dueños de nuestras emociones y creadores de nuestra energía, tanto en la vida diaria como en la escena.

En tus talleres sueles hablar de la responsabilidad del actor no solo como intérprete, sino como canal de conciencia. ¿Qué implica esto en términos de ética, presencia y entrega?
Como mencionaba, nuestra responsabilidad no es subirnos al escenario para que nos vean “qué guapos o guapas nos vemos”. Nuestra labor es comprender que esa audiencia que tenemos enfrente (pensando en el teatro) quizás nunca más tenga la posibilidad de conectar y sentirse confrontada con su propio reflejo en ese espejo que le ponemos delante.
Quizás, si lo pensamos de forma más sencilla, es como cuando tienes invitados a una cena y te esfuerzas para que la velada sea inolvidable; no por la comida, sino por la experiencia, por la vivencia completa que ha sucedido en ese rito que llamamos “cena”, teatro, cine o cualquiera de las artes. La experiencia va desde lo macro a lo micro: una cadena de detalles concienzudamente previstos para que exista el puente de comunicación.
¿Qué crees que le falta a la formación actoral tradicional cuando se desconecta del trabajo interno, la conciencia y el cuidado energético?
El trabajo interno es un compromiso personal, una disciplina para querer conocer tu interior, tratar de entenderlo, moverlo a voluntad y darle un uso gentil. Aquí debo aclarar que el trabajo interno no tiene que ver con religión ni mística, hablando desde la pauta actoral básica. Es también muy personal, pero más práctico.
Cuando esa “desconexión” se percibe en el trabajo de un actor, sucede que vemos un “producto”, no una creación. Huele a lugar común y ves en escena a un ente sin carne, sin vida en los ojos, que solo respira por inercia.
Finalmente, ¿qué consejo esencial le darías a los jóvenes actores que quieren abrirse camino en el cine o el teatro, pero también desean sostenerse desde un lugar auténtico y consciente?
No romanticen las artes! El teatro y el cine son maravillosos, por eso estoy aquí, pero es un camino cuesta arriba, a veces ingrato, sobre todo cuando le ponemos “expectativas”. Háganlo porque realmente les llena, háganlo porque los renueva. No porque quieran tener seguidores en sus redes sociales.
Sean honestos consigo mismos: prepárense, investiguen, instrúyanse, cuestiónense, busquen. En esta época, no importa si no pueden estudiar formalmente en un instituto, academia o universidad. Hoy, quien tiene acceso a internet tiene acceso al universo del conocimiento. No hay excusas.
POR | BERT OCHOA
FOTO COVER | BERT OCHOA