Vivimos en la era de las pantallas táctiles, de psicosis colectivas donde una historia de 15 segundos puede decir más sobre nosotros que cualquier ensayo existencial. Nunca fue tan fácil tener voz, ni tan difícil decir algo con sentido. ¿Y quién necesita profundidad cuando el algoritmo premia la inmediatez, el escándalo y el ángulo perfecto mostrar un trasero frente al espejo digital?
El reflejo pixelado de una humanidad contradictoria.
Las redes sociales son como ese espejo encantado que nos devuelve una versión exagerada de nosotros mismos. A veces, una demasiado maquillada, otras, honestamente grotesca. Desde el influencer que posa entre sábanas de lino blanco con un jugo verde sin probar, hasta la abuela que comparte memes religiosos mientras comenta en mayúsculas: ¡SI NO CREES EN DIOS SATANÁS TE VA A LLEVAR!
Todos estamos atrapados en esta gran novela digital, pero no cualquier novela: una escrita por un ejército de egos en busca de likes, validación y, si se puede, un canje de hotel boutique.
¿Y qué mostramos?
La lista es tan infinita como los reels sugeridos a las 2 am :
— Un desayuno fotogénico en lugar de una conversación real.
— La curva del cuerpo perfecto en traje de baño, con un trasero envidiado por muchas y deseado por otro(as) bajo el filtro de París.
— El viaje a la India solo para grabar un reel de 30 segundos bailando con niños locales.
— El derrumbe emocional editado con música de piano dramática.
— La indignación viral ante la injusticia… mientras no dure más de 24 horas.
— La noticia falsa compartida “porque me pareció interesante, no sé si será verdad”.
Bienvenidos al supermercado del ego.
En este mundo digital, lo banal se disfraza de transcendental, lo íntimo se convierte en producto, lo sagrado, en mercancía, y lo colectivo, en espectáculo. Mientras más fuerte grites, más te escucha el algoritmo. Si no tienes nada que decir, pero lo dices con música de fondo y cara bonita, sentada detrás del volante del auto con carita de “yo no fui”, bingo: viralidad instantánea.
Y así como los influencers venden cremas que no usan, los políticos ahora nos venden discursos comprimidos en un TikTok de 90 segundos, donde cada segundo está calculado para tocar una emoción: miedo, indignación, deseo o tribalismo. El espectador ya no reflexiona, “reacciona”.
El algoritmo quiere sangre.
A nadie le gusta admitirlo, pero el desastre vende. Lo negativo seduce, las malas noticias tienen más clics que una campaña de adopción de gatitos, y las plataformas, tan preocupadas por nuestra atención, nos lo sirven con cucharón: crimen, escándalo, celebridades cayendo en desgracia.
Siempre que abro la ventana hacia el abismo digital, me recuerda que vivimos a base de una dieta alta en esteroide informativo y baja en verdad nutricional.
Eso es el sensacionalismo: una narrativa que no busca informar, sino estremecer, que amplifica el drama, aunque tenga que deformar la realidad. ¿Por qué? Porque la emoción vende más que la lógica. Mientras más ansioso, enojado o escandalizado estés, más tiempo pasas conectado. ¡Eso, mis queridos, es anestesiarse la existencia!
Influencers, emprendedores y activistas: ¿todos somos producto?
No todo es catástrofe ni ridiculez, claro. En este mismo ecosistema nacen campañas sociales que visibilizan comunidades, productos hechos a mano que encuentran su público, artistas que antes no tenían cómo mostrarse, y voces que denuncian injusticias cuando nadie más lo hace. Pero ese contenido no siempre gana. Gana el escote y el buen culo mostrado de forma “sexy”, la polémica, el meme del momento. Porque mientras tú te esfuerzas por generar contenido significativo, el algoritmo sigue obsesionado con lo que puede monetizar más rápido: tu carne, tu rabia, tu miedo.
¿Y entonces?
¿Es culpa de las redes o de quienes las usamos? ¿Es el algoritmo un monstruo autónomo, o el espejo de lo que realmente consumimos como sociedad?
¿Qué dice de nosotros que lo que más viral se vuelve es también lo más vacío, lo más tóxico o lo más escandaloso?
¿Qué consumimos cada día en el mundo digital —y qué exportamos como conciencia colectiva al hacerlo?
POR | SNARKY SUE
COVER | BERT OCHOA