LA LOM: Una ciudad, tres músicos y un eco que viaja más allá del tiempo.

in CULTURE GLOBE

Hay descubrimientos musicales que no haces: te hacen a ti. Son como pequeños accidentes cósmicos que abren una grieta en la memoria. Ocurrió una semana en la que conducia en mi auto a cubrir un evento, a través de un playlist que alguien había construido en Spotify. De pronto, una canción empezó a crecer dentro de esa selección de canciones como una aparición. Reconocí el tema —“Juana La Cubana”—, pero no la energía. No era la versión vibrante y picaresca del maestro Fito Olivares, sino algo más cinematográfico, más elegante, más… angelino.

El nombre de la banda aparecía en letras pequeñas: LA LOM.

En ese instante, una sensación antigua se activó en mi cuerpo. Como si la música hubiera encontrado un punto débil en el tiempo, comenzaron a llegar imágenes: mi abuelo tarareando boleros; los discos gastados de son cubano; el olor a comida casera de la abuela mezclado con canciones que ya no suenan en ninguna parte. Y, al mismo tiempo, recordé a mis tíos escuchando blues, rock and roll, guitarras que parecían venir desde un país demasiado lejos para ser real en esa Cuba de finales de la década de los años 80.

Crecí entre ambos mundos, cambiando en el tocadiscos LP albums como quien cambia identidades. Tal vez por eso LA LOM me tocó tan de cerca: porque en su música también viven esas fronteras borrosas donde uno termina de formarse.

Una banda que nació sin saber que estaba naciendo.

Los Ángeles es una ciudad donde cada semáforo tiene su propio ritmo. Entre mariachis, cumbias, soul oldies, rock latino, jazz, líneas de bajo que vienen del Este y guitarras que vienen del Oeste, el mapa musical de Los Angeles es tan vasto que a veces parece inabarcable.

Y, aun así, dentro de esa constelación sonora, LA LOM —abreviatura de The Los Angeles League of Musicians— brilla de una manera particular.

El trío está formado por:

  • Zac Sokolow, guitarra
  • Jake Faulkner, bajo
  • Nicholas Baker, batería y percusión

Photos by: Osmany Torres. Pictures taken on 2024 at the Miami Bandshell and 2025 at the Art Circle in Hollywood, Florida. Show sponsored by The Rhythm Foundation and TigerSounds.

La historia de la banda no comienza en un escenario épico ni en un estudio mítico, sino en un lobby. Sí, en el lobby del Roosevelt Hotel, en pleno Hollywood Boulevard. En el 2019, tocaban allí cinco noches a la semana. Música ambiental para turistas, para gente que entraba y salía, para quienes no sabían que estaban escuchando algo que, algún día, llenaría teatros. Pero ese espacio, aparentemente anodino, se convirtió en un laboratorio creativo. Allí experimentaron, jugaron, mezclaron. Ese lobby fue su primer set de grabación invisible, donde el eco de la ciudad empezaba a filtrarse entre cada nota.

Los Ángeles como partitura.

Al inicio, según ellos mencionan en su website, LA LOM reinterpretaba baladas soul de los años 50 y 60. Eran canciones que habían escuchado toda la vida en la estación oldies K-EARTH 101: Smokey Robinson, Aaron Neville, Brenda and the Tabulations… música suave, casi táctil, como si llevara impresa la brisa del sur de California.

Sin embargo, la ciudad pedía más; la ciudad de Los Ángeles siempre pide más.

Primero entraron los boleros mexicanos, luego la Cumbia Sonidera que se derramaba desde los autos en East LA, después, la Chicha peruana, con sus guitarras psicodélicas que parecen grabadas en un sueño, y finalmente, se filtró algo inesperado: el country de Bakersfield, ese sonido polvoriento que huele a carretera y melancolía.

No era una mezcla forzada. Era simplemente lo que ellos eran.

  • Zac, con raíces argentinas y una familia marcada por el bluegrass angelino.
  • Jake, hijo de artistas de Venice, cómplice musical de Zac desde los 16 años, sobrevivientes juntos de la escena rockabilly del sur de California.
  • Nicholas, nieto de una locutora de radio mexicana que le enseñó la importancia del ritmo antes de que él supiera hablar. Más tarde estudió percusión latina con Roberto Miranda, uno de esos maestros que te cambian el destino.

Sus biografías no explican la música de LA LOM, son su música.

El ascenso natural de quienes no corren detrás de nada.

Con el tiempo, la banda dejó de ser un secreto. Pasaron de tocar para mesas distraídas a presentarse ante miles de personas. De acompañar conversaciones de hotel a capturar la atención de artistas como Beck, Vampire Weekend y Zane Lowe.

Pero incluso en ese ascenso, hay algo que permanece intacto: LA LOM no hace covers, ellos hacen reconstrucciones emocionales. Toman canciones que viven en la memoria colectiva y las vuelven a contar como si fueran escenas de una película filmada en 16 mm. Mantienen el alma de la melodía, sí, pero la envuelven en un aura distinta, más íntima, más nocturna, más L.A.

La música que vuelve, aunque no la llames.

“Juana La Cubana” es un buen ejemplo. Cumbia, soul instrumental, psicodelia ligera, rock sesentero… todo convive en esa versión sin que ninguna parte reclame protagonismo. La canción respira pasado, pero camina hacia adelante: como una calle de Los Ángeles al atardecer, iluminada por letreros viejos pero cruzada por autos modernos.

Quizás por eso, cuando la escuché por primera vez, sentí que me devolvía algo que no sabía que había perdido porque LA LOM no solo suena a Los Ángeles. Esta banda suena a esos espacios intermedios donde muchos crecimos, a las casas donde se escuchaban géneros que no dialogaban, pero coexistían, los recuerdos que heredas sin entender por qué, a la música que no elegiste, pero te formó.

LA LOM: herencia, identidad y un mapa sin fronteras.

En una época donde la fusión musical muchas veces se siente prefabricada, LA LOM destaca precisamente por lo contrario: su sonido fluye como algo inevitable. Nada suena impuesto y tampoco suena ajeno. Los géneros no están allí como referencias, sino como raíces. Por eso LA LOM no es una banda revival, no es retro y no es tampoco fusión. ¡Ellos son memoria en movimiento!


Es la prueba de que la cultura no avanza en línea recta, sino en espiral. Que las identidades no se eligen: se encuentran. Y que, a veces, el destino tiene la forma de una canción que aparece en Spotify cuando menos lo esperas. Porque así funciona la música que importa: no llega para cambiar tu día, llega para recordarte quién eras, y para recordarte —también— quién todavía puedes ser.

POR | BERT OCHOA

COVER PHOTO | OSMANY TORRES

COVER DESIGN | BERT OCHOA

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Bert Ochoa’s work in podcasting, filmmaking, and blogging has been pivotal in creating a supportive network for immigrant artists, helping them share their stories and navigate the challenges they encounter. His mission centers on building a community of creative individuals united by their passions. With a background in production, sound recording, screenwriting, and cinematography, Bert is well-equipped to pursue his ambition of becoming a documentary film director. In 2025, he directed his first film project, Two Islands, a documentary that premiered at the Miami Film Festival and marked an important milestone in his filmmaking career. His dedication to storytelling and community engagement drives his work as he seeks to amplify diverse voices and narratives through his artistic lens.