PHOTO | BERT
MÚSICO | ANABELLE DORRONSORO
Ser inmigrante, ya sea por elección o por necesidad conlleva una transformación interna importante séase creador o no. Generar la oportunidad donde no existe es una ventaja que no todos tienen, pero que definitivamente puede cambiar la vida de una persona y de otras que lo rodeen cuando existe pasión por lo que se hace y se es consecuente con la manera de vivir.
Hace un tiempo fui llamado a colaborar como fotógrafo en un proyecto llamado Bolivar Phil donde el talento, humanidad y la solidaridad de los que componían la orquesta filarmónica te hacían sentir como parte de una gran familia, una especie de reencuentro que había sido ansiado desde hacía mucho tiempo.
Fotografiar 107 músicos fue un reto enorme y la satisfacción más grande la sentí cuando pude conocer de a primera mano las historias de muchos de esos artistas consagrados a su arte, al deseo de tocar y sentir otra vez el cercano calor de casa.
“Gorka”
La historia de mi violín es que su nombre es Gorka. Gorka Dorronsoro era mi tío, y era una eminencia tanto como fotógrafo, así como arquitecto. En Google se puede conseguir mucha información sobre él. Él fue como un padre para mí y en general para toda la familia, que en su mayoría somos mujeres. Era un hombre increíblemente culto, estudiado, caballero y generoso. Amaba la música clásica, y de alguna forma yo era su favorita porque fui la única que se dedicó a la música clásica.
Cada vez que nos veíamos, que lamentablemente eran pocas veces, no parábamos de hablar sobre sinfonías, orquestas y solistas. Él fue a uno de mis conciertos en Venezuela con mi orquesta y no podía creer que estuviéramos tocando una sinfonía de Shostakovich siendo tan jóvenes. Estando yo en Venezuela me robaron 3 violines. Los robos allá son lo más común del mundo.
Mi tío Gorka murió y luego de todo eso yo compré el violín que tengo ahora. Todos los violines tienen un sonido diferente, una presencia y esencia completamente diferentes. Decidí llamar al mío Gorka porque me recuerda a él. Es noble, sobrio, y al igual que mi tío Gorka, aunque esté en otro plano, me acompaña a todos lados.
Acá en Estados Unidos una de las mejores experiencias que he tenido sin duda alguna fue tocar con la Bolívar Phil. Fue muy impactante ver cómo lo que nos unió fue el aportar arte, hacer música, hacer lo que hicimos toda la vida y entregarnos a eso sin pedir absolutamente nada a cambio.
Creo que las cosas más bonitas del mundo nacen cuando no esperas nada a cambio porque es ahí cuando pasan las cosas más bonitas y genuinas. Nos encontramos lejos de casa, pero nos sentimos estando en nuestro hogar al tocar juntos. Fue un instante en el que no estabas en Miami, Panamá, Bogotá o New York; sentíamos como si estuviéramos en casa. Nuestro espíritu estaba en casa, en la sede de orquestas con el maestro Abreu sentado junto a nosotros.
La experiencia más dura y quizás retadora que me ha tocado vivir fue cuando trabajaba como profesora de música en un hospital de niños en Caracas, Venezuela. Un día me dijeron que uno de los niños quería aprender a tocar violín, me informaron cual era el número de su habitación y fui directo a donde estaba él. Cuando llegué a la habitación era un niño que padecía una enfermedad terminal y debido a esta enfermedad le habían amputado un brazo, entonces me encontraba frente a un niño con una ilusión infinita en sus ojos por aprender a tocar violín, pero que le faltaba un brazo y mi primera impresión fue… ¿Como hago para que esto funcione?…y bueno, por supuesto que me las ingenié en un segundo para que el no sintiera en ningún momento que no podía hacerlo así que como pudimos entre los dos empezamos a aprender. Él aprendió música, aprendió a tocar violín a su manera. Yo aprendí sin duda alguna a ser mejor profesora y mejor ser humano.
Cuando trabajas en un hospital tienes que entender que tú estás ahí por y para los demás. Lo que tú sientas en ese momento tienes que transformarlo en energías positivas que puedas contagiar para lograr el bienestar de quienes te rodean en ese lugar.